Hace unas semanas leí un post de un padre sorprendido porque, en contra de lo que él pensaba, había descubierto que a sus hijas les gustaban las películas de Charles Chaplin y se había quedado de piedra al comprobar las carcajadas que se echaban con la película “El Chico”.
Esto me llevó a pensar… ¿cuántas veces subestimamos a nuestros hijos? ¿Cuántas veces sin darnos cuenta tendemos a ponérselo todo fácil para asegurarnos de que no fallará? ¿Cuántas veces evitamos tomar riesgos o probar o hacer que prueben cosas nuevas por miedo a que no funcione?
Se me ocurren multitud de ejemplos en los que a mí misma me ha pasado. Recuerdo por ejemplo el rechazo de mi hija a las judías verdes cuando tenía 2 años, es una niña a la que le gusta comer y suele probar las cosas nuevas, pero en este caso el “rechazo” fue total y absoluto… y la verdad es que tardé casi un año en volver a ponérselas en el plato (porque estaba convencida de que al hacerlo ocurriría lo mismo)... y cuál fue mi sorpresa al comprobar que ahora no sólo le gustan sino que le encantan...(con tomate, eso sí).
Nuestro cerebro tiende a establecer CREENCIAS a partir de experiencias particulares considerándolas como certezas, aún a riesgo de equivocarnos…
El proceso es el siguiente:
1. Tenemos una experiencia intensa que puede ser o no repetida.
2. A raíz de esa experiencia sacamos unas conclusiones.
3. A partir de esas conclusiones generalizamos, pensamos que siempre va a ser así.
4. Lo tomamos como una certeza.
Nuestras creencias condicionan nuestra interpretación de la realidad y nuestras acciones de una manera increíble.
Todos tenemos creencias y es a partir de ellas que actuamos absolutamente convencidos de que son grandes VERDADES. Si yo establezco en mi cerebro como creencia, a partir de una primera experiencia terrible, que mi hija odia las judías verdes no volveré a dárselas porque antes de darle la oportunidad de volver a probarlas ya estaré presuponiendo que las va a rechazar de pleno otra vez…. También puede darse el caso de que yo “deteste” las judías verdes y presuponga que a mi hija le ocurrirá lo mismo… o de que cualquier actividad (patinar, pintar, cantar, etc.) se me dé fatal o me parezca muy difícil y ni siquiera le dé a mis hijos la posibilidad de probarlas…
¿A cuántas cosas podemos aplicar este esquema? ¿Y de cuántas oportunidades privamos a nuestros hijos por ello?
Ahí es donde conviene hacer una reflexión:
- Revisar nuestras creencias de tanto en tanto ¿Qué cosas estamos dejando de hacer por ellas? ¿Cómo se podría cambiar eso? ¿Y si lo volvemos a intentar?
- Atrevernos a presentarles cosas nuevas aunque a priori nos pueda parecer que las rechazarán… Estoy completamente segura de que ¡¡nos sorprenderán!!
- Recordad que no siempre el camino más fácil es el mejor, si les ofrecemos siempre a nuestros hijos lo que ya sabemos que les gusta (comida, dibujos, ropa, juegos, actividades, etc.) está claro que NO fallaremos pero estaremos dejando de ofrecerles tantas cosas… se estarán perdiendo tanto… que creo que merece la pena como mínimo hacer el esfuerzo de intentar cambiarlo.
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