Quizás no somos conscientes de lo importante que es lo que les decimos a nuestros hijos acerca de su persona, de cómo son, de sus cualidades y defectos. Y no sólo lo que les decimos directamente a ellos sino también lo que decimos de ellos a otras personas mientras están delante.
Puede ser habitual por ejemplo que después de un día o una tarde con ellos cuando llega papá o mamá a casa descarguemos nuestro cansancio comentándole delante del niño lo bruto que es, lo travieso que es, lo egoísta que ha sido o lo mal que se ha portado, etc.
Sin embargo, no debemos olvidar que la imagen que nosotros proyectamos de ellos contribuye en gran medida a forjar la imagen que ellos mismos tienen de sí mismos y tiene gran influencia en su autoestima y su autoconfianza. Si esta influencia la usamos en sentido positivo podremos hacer que se superen día a día, si por el contrario sin darnos cuenta la usamos de manera negativa podemos causarles un gran perjuicio.
Y es que si nos pasamos el día diciéndole a nuestro hijo que es un patoso probablemente acabará siéndolo porque la imagen que él tendrá de sí mismo también será esa. Cuando tenga que hacer algún ejercicio que requiera cierta habilidad empezará a pensar que no puede, porque es un patoso, y desistirá a la primera de cambio. Si por el contrario hacemos incidencia en sus cosas positivas y destacamos sus progresos en aquello en lo que no es tan bueno les animaremos a seguir esforzándose y por tanto a que mejoren y se vayan superando.
Esto me trae a la cabeza una historia que leí hace tiempo y que pueden ayudar a nuestros hijos a relativizar lo que los demás dicen de ellos o de sus capacidades. Era algo así:
Érase una vez unas ranitas que decidieron hacer una carrera para subir una colina. Todo el pueblo opinaba que era imposible que lo lograran. Empezó la carrera y todo el pueblo empezó a abuchearlas, a reirse de ellas, y a decirles que no lo lograrían, que eran muy pequeñas y torpes, y que era imposible que lograran subir hasta allí arriba, que lo dejaran. A medida que iba avanzando la carrera las ranitas iban desistiendo hasta que finalmente sólo quedó una ranita que continuó y logró subir la colina. Todo el pueblo se quedó estupefacto de que hubiera sido capaz. Cuando le preguntaron cómo lo había logrado, la ranita contestó: qué, qué, qué?. Se dieron cuenta de que esa ranita era sorda, no oía nada. No se había enterado de lo que la gente le había dicho y es más, pensó que todo el pueblo estaba animándola….
Probablemente si esa ranita hubiera oído también hubiera desistido. He ahí el poder que tiene sobre nosotros lo que los demás nos dicen.
Ayudemos a nuestros hijos a que siempre confíen en sus posibilidades.
Espero que os haya gustado. ¡Animaros a comentar lo que queráis!
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