Uno cuando ve las noticias y lee los periódicos no puede dejar de preguntarse ¿por qué? ¿cómo puede ser que el ser humano llegue a ser tan inhumano y tan cruel? ¿cómo se gesta ese odio? ¿cuánto rencor debe acumular alguien para comportarse de esa manera?
Yo sólo veo una solución para cambiar las cosas: la educación. Y es que ante la impotencia debemos pensar que el cambio, como tantas veces, comienza en cada familia.
Eduquemos a nuestros hijos en el respeto y en el valor de la diferencia.
Enseñémosles a ver lo bueno del otro, por muy distinto que sea, porque seguro que podrá enseñarnos cosas que nos enriquezcan.
Insistámosles en que no todos tenemos que pensar o sentir igual, tener el mismo color de piel o hablar la misma lengua… en la diversidad está la riqueza.
Preocupémonos no sólo de que nuestros hijos no sufran acoso, sino también de que no sean ellos los que se lo hagan sufrir a otros.
Eduquémosles para que ayuden al de al lado, para que cooperen más y compitan menos, para que sean solidarios y comprometidos.
Enseñémosles a ser empáticos, para que no miren a otro lado cuando alguien sufra.
No podemos cambiar el mundo, pero sí nuestra pequeña parcela, y si todos lo hacemos, esa parcela será TAN GRANDE que el mundo empezará a ser, al fin, un lugar más habitable.